Utilizar una barrica de roble francés o una de roble americano no es una decisión que se tome al azar. Todo lo contrario. El tipo de madera que se emplea en la fabricación de estos toneles resulta clave por el modo en que afecta al vino que contienen

¿Para qué sirven las barricas de vino?

En un principio, las barricas de vino eran empleadas simplemente para su almacenaje y transporte. Los celtas y los romanos las eligieron por su utilidad, así como por la comodidad que garantizaban cuando se trataba de desplazarlas. Sin embargo, con el paso del tiempo, se descubrió que la madera destinada a su elaboración aportaba otras bondades verdaderamente relevantes.

Se comprobó que la crianza del vino en este material le confería nuevos matices en aroma, sabor y color. Enseguida comenzaron a utilizarse en determinadas maderas de forma deliberada para obtener unos resultados precisos.

Diferencias entre las barricas de roble francés y roble americano

Estos dos tipos de roble son, en la actualidad, los más usados en la elaboración de barricas, pese a existir otros que también se usan. Cada uno de ellos lleva aparejadas unas características concretas que tienen su reflejo en el resultado final del vino. El enólogo será quien se decante por uno u otro, con el fin de obtener un determinado carácter.

La madera procedente del roble francés presenta una calidad superior y un tipo de poro especialmente fino. Como consecuencia directa, la oxigenación que se lleva a cabo es más lenta y se obtienen unos sabores más suaves y delicados.

Sus texturas son de satén o de seda. Los aromas, por su parte, resultan más especiados. Recuerdan al cedro, a la pimienta y al clavo. Son suaves y no exentos de delicadeza, como la miel, el caramelo, la canela, el eneldo y los frutos secos.

Por su parte, la madera perteneciente al roble americano es más dura y permeable. Además, transfiere menos taninos al vino. Es por ello que los toques en los que se traduce son más potentes. Así queda de manifiesto en los aromas, mucho más fuertes y tropicales. Es el caso de los del café, el cacao, la vainilla, el coco y el tabaco.